«EL DUENDE»

«EL DUENDE»

–Te digo que es cierto. ¡Yo la vi! Estaba ahí, tras ese árbol, justo al pasar el riachuelo. –Andrés golpeó con el índice izquierdo la pantalla para señalar el punto justo–. Debe ser un huevo de pascua del programador.
–Tu cabeza si que es un huevo. Tienes el cerebro hervido de tanto jugar y hasta te imaginas a la Britney Spears moviendo el ombligo tras los matorrales.
–¡Que no Mario!
–Demuéstramelo –Mario le tendió el joystick, apartándose del teclado indicó que tomase asiento frente a la pantalla–. Pero te advierto que si me estás tomando el pelo…
–Oye –apretó escape, la partida abandonó el modo de pausa y las hojas de los árboles se zarandearon al viento–, no estoy muy seguro de lo que toqué o si pisé alguna zona secreta que activa el huevo de pascua.
–¿Ya empiezas con excusas?
–He comprado varias guías, –negó con aire severo– pero no dicen nada al respecto. ¡Ni en Internet! Pero creo que he dado con la clave, –miró a Mario con aire dubitativo–o eso espero.
Mario, con un movimiento pausado de manos, le invitó a avanzar por la desmantelada área de reparaciones de Jungel Park y Andrés, sonriendo forzadamente, empujó hacia delante el joystick para que las imágenes de la pantalla avanzasen marcando el movimiento del protagonista.
El cañón del rifle semiautomático señalaba la dirección de descenso por la empinada cuesta que se adentraba en las ruinas, cubiertas de vegetación, de lo que antaño había sido uno de los puntos neurálgicos de Jungle Park. Los sonidos envolventes de la jungla tronaban por los altavoces haciendo que la sensación de realidad ganase puntos. Tomó el primer camino a la derecha, al pasar junto a un cobertizo fue recompensado con un kit médico. Se detuvo, apuntando a un contenedor metálico espero el envite que se avecinaba.
–Hay viene el primero –Murmuró Andrés sin apartar la vista de la pantalla–, el segundo lo hará por la izquierda y el último, el muy canalla, lo hará desde atrás.
No se equivocó, el primer velociraptor surgió como una exhalación desde la parte trasera del contenedor. Dos tiros de rifle y ya era historia, giró rápidamente para vaciar el cargador sobre el segundo, cambió a la magnum, dio dos pasos atrás y, dejándose caer al suelo, hizo lo propio con el tercer atacante.
–Estás herido –indicó Mario al ver como las imágenes de la pantalla renqueaban al avanzar el protagonista.
–No pienso utilizar medicinas. –Andrés dirigió al personaje hacia un enorme contenedor volcado junto a una charca– El otro día no las usé y apareció ella. ¡Quizás sea el truco!
Oculto tras las paredes metálicas se tomó unos segundos para orientarse. A la izquierda de la pantalla se divisaba un barracón en buen estado con dos cajas de madera, una más alta que otra, pegadas a la fachada. Miró a derecha e izquierda antes de avanzar, armado con el subfusil corrió disparando a un lado y a otro. No los vio, pero mientras saltaba sobre las cajas pudo oír como dos velociraptores caían abatidos. Acto seguido se aferró a la cornisa, tras un gran esfuerzo alcanzó la azotea del barracón. Sin detenerse tomó carrerilla y saltó al árbol más próximo y desde allá a una plataforma oculta en el siguiente.
–¡Uf!. ¡Por poco! –Exclamó Mario al ver un nuevo trío de raptores sobre la azotea.
–Pues espera, intentaran imitarme –Andrés armó el lanzagranadas–. Pero aún no has visto lo peor. ¡Ahí llega el T-Rex!.
Un fuerte temblor sacudió toda la pantalla. No esperó a verlo, descendió por una cuerda y lanzó una granada contra un bidón de gasolina olvidado entre la maleza, aprovechando la confusión para vadear el riachuelo que delimitaba instalaciones y jungla.
–Ahora sólo hay que esperar –Andrés soltó el joystick.
–¿No te matarán?
–Ella me salvará. –Negó desentumeciendo los músculos de las manos.
Mario iba a decir algo, pero al ver como el T-Rex se abalanzaba hacia el riachuelo alzó ambas manos dubitativamente.
El Rex se encontraba a menos de diez pasos de distancia cuando soltó un lastimero bramido desplomándose sin vida. Tras él se alzaba una esbelta mujer, ataviada con una armadura futurista que les apuntaba con un potente fusil repetidor.
–¡Cuidado! –Andrés señaló a dos raptores que corrían hacia la mujer.
–¡Tenías razón! ¡Lorna Lone! –Mario la señaló entusiasmado– ¡Y mira, parece haberte oído!
Lorna giró rápidamente y los atacantes se desplomaron a sus pies. Con extrañeza pateó la cabeza de uno de ellos exclamando:
–¡Gracias chicos! No los esperaba.
–Esto no puede ser –Rió Mario ladeando la cabeza–. ¡Este huevo de pascua es fantástico!. Realmente está bien pensado, hace que parezca real.
–¿Y qué te hace suponer que no lo sea?.
Mario abrió la boca de hito en hito, miró primero a Andrés, luego a la pantalla y nuevamente a Andrés.
–¿Interactivo? –Balbuceó.
–Si eso te hace feliz –Lorna arqueó los hombros–. Es otra forma de definir a la vida.
–¿Cómo lo has hecho? ¿Con qué programa? –Mario se llevó las manos a la cabeza– ¡Has de pasármelo Andrés, es una gozada!
–Yo no hago nada. ¡Eso es lo bueno!
–¡Imposible! ¿Quieres tomarme el pelo?
–¡Que no hombre, que no!
–Si los señores me disculpan –Lorna alzó el fusil–, desearía continuar buscando una salida. ¿Por dónde sigo Andrés?
–¿Cómo? –Inquirieron ambos a la vez.
–¿No tenías una guía de este juego? Pues entonces sabrás de sobras por donde debo seguir, desearía poder volver a mi juego lo antes posible, si no es molestia. ¡Y dile a Mario que cierre la boca, que le va a dar un pasmo!.
–¡Demonios! –Mario retrocedió y a punto estuvo de caer de la silla.
–Con el modo consola puedo conseguir que llegues al final ahora mismo. –Respondió Andrés– Sólo es cuestión de activar el modo turbo.
–¿Y bien? –Lorna reclinó la cabeza vehemente.
–O, sí, ahora mismo.
Andrés pulsó sucesivamente control-insert-fin, tecleando a continuación TURBO e intro para activar el truco.
Acto seguido se inició el vídeo final. Lorna corría delante del protagonista, John Bradley, tras ellos una manada de amenazantes raptores. Alcanzaron un acantilado, Bradley gesticuló ostensiblemente para no perder la verticalidad, pero no evitó que su arma se precipitase al vacío. Retrocedió dos pasos, dio un último vistazo a los dinosaurios y sin pensárselo saltó, yendo a caer sobre el fuselaje del hidroavión de rescate que acababa de amerizar. Lorna, con expresión pícara, observó como Bradley accedía al interior del hidroavión, ladeó la cabeza hacia la pantalla y, mostrando una granada, dijo.
–Gracias chicos, ya comenzaba a estar harta de este juego. Esto va por vosotros.
Lanzó la granada y saltó al acantilado. La deflagración cegó la pantalla, la música triunfal tronó por los altavoces acompañando al hidroavión que se perdió en el horizonte.
–¡Demasiado! –Bufó Andrés.
–¿Podemos volver a verla? –Mario continuaba con la boca abierta.
–No lo creo. Pero por probar…
Repitieron el modo Turbo diez veces. Pero sólo apareció Bradley.
–Esto no se lo va a creer nadie –murmuró Mario acariciando la pantalla.
–Los duendes existen –asintió Andrés.
–¿Dónde estará ahora?
–No sé. Puede que en su juego.
–¿Lo tienes?
–No.
–¿Lo compramos?
–¡Bueno! –Andrés se levantó y desconectó el ordenador.
–¿Y si no vuelve a hablarnos?
–Si crees en los duendes –le golpeó cariñosamente la espalda–, lo hará.

Leave a Comment

Your email address will not be published.